Tanto sea para pasar una noche de guardia en cubierta como para una velada romántica, conocer las estrellas puede resultarle de utilidad. En cualquier caso, conserve esta nota.

LOS ARGONAUTAS

Habíamos aprendido a encontrar tanto a la “Cruz del Sur” como a su puntero (Alfa y Beta del Centauro). Ubicamos el Polo Sur celeste entre Acrux y Achernar, e inclusive detectamos a Canopus formando un triángulo rectángulo con estas últimas.
Ahora bien, a partir de Canopus podemos adentrarnos en una constelación muy interesante: El navío de Argo.

 

Según el mito, Jasón (hijo de Esón) organizó una fabulosa expedición para liberar a Frixo. Para ello ordenó a Argo la construcción de una nave de cincuenta remos. Argo cumplió con su labor y construyó un magnífico navío. Gracias a haber sido fabricada con madera procedente del roble sagrado, esta nave contaba con una particularidad muy especial: tenía el don del habla y de la profecía.
Mientras la construcción era llevada a cabo, Jasón envió heraldos por toda Grecia a fin de reclutar a los más jóvenes y valientes tripulantes con que se pudiera contar. Surge de este modo la célebre tripulación de Argo (los Argonautas) compuesta de una buena cantidad de héroes e incluso algunos hijos de los dioses. La travesía de Jasón al mando de la nave Argo está plagada de peripecias y aventuras de todo tipo.

Volviendo al tema (ver Figura 1), la constelación a la que hacemos referencia se encuentra formada por otras tres: Carina (la quilla), Puppis (la popa) y Vela (la vela). Canopus junto con otras estrellas conforman la quilla, siendo esta última (Alfa Carinae) la más brillante de esta constelación y la segunda en brillo de todo el cielo. La que le sigue en magnitud es Miaplacidus (Beta Carinae), fácilmente identificable ya que se encuentra casi en línea recta entre Acrux y Canopus. Otras dos estrellas que completan la quilla son Aviar y Aspidiske. Nótese una interesante curiosidad: Entre estas dos últimas y las estrellas Delta y Kappa de la Vela se conforma una figura casi idéntica a la de la Cruz del Sur. Por esa razón la conoce como la “falsa cruz”. Dado que es factible que se preste a confusión, es siempre recomendable ubicar a la verdadera a través del ya mencionado “puntero”.

Dos estrellas más: Formalhaut y Peacock, forman junto con Achernar un triángulo casi equilátero muy fácil de reconocer dado que todas ellas son de 1º magnitud. Formalhaut (mag: 1,23) es Alfa de la constelación Piscis Australis, mientras que Peacock (mag: 1,91) es a su vez Alfa en la constelación del Pavo.

EL GRAN CAZADOR

Sin lugar a dudas la constelación más interesante de apreciar es la de Orión, ya que resulta fácilmente identificable y permite además ubicar y reconocer una importante cantidad de estrellas a partir de ella. Orión es visible durante el verano en el hemisferio Sur hasta bien entrado el mes de mayo, en el que comienza a desaparecer por el Oeste.

Varias son las leyendas que se tejen en torno a Orión. Según el mito, éste era hijo de Poseidón (dios del mar) y contaba entre sus virtudes con una gran valentía y una belleza y virilidad que provocaban disputas entre las diosas. Otra versión de la misma leyenda sostiene que Orión fue muerto a manos de Artemisa, producto de los celos. Según otra leyenda, Orión era un gran cazador y había aniquilado a muchos animales propiedad de Artemisa, quien a modo de venganza ordena finalmente su muerte. Según esta última versión, para lograr su cometido Artemisa envía al escorpión a perseguirlo eternamente. Por esa razón, en los meses en que Orión comienza a ocultarse por el cielo del Oeste (fines de mayo), emerge por el Este la constelación del Escorpión. En la imagen que acompaña la foto se aprecia al Gran Cazador como se vería desde el hemisferio Norte. En nuestro caso, Orión aparece cabeza abajo, tal como se aprecia en el mapa estelar de la Figura 2.

Las tres estrellas centrales de la constelación conforman el “Cinturón de Orión”, conocidas también como “las tres Marías”. Ellas son Alnitak, Alnilam y Mintaka. Esta última estrella pasa casi exactamente por el ecuador celeste, motivo por el cual Orión es una constelación ecuatorial visible, aunque no siempre en su totalidad, desde cualquier sector de la Tierra. Si leyó el número anterior, recordará que el ecuador celeste conforma un arco inclinado 34º respecto de nuestro zenit. La estrella Mintaka, con una declinación de 0º 18’ se encuentra casi sobre dicho arco.
Rigel (Beta Orionis) es la segunda en brillo y junto con Saiph conforman los pies del gigante. La primera en brillo es Betelgeuse (Alfa Orionis), una supergigante roja que se ubica sobre el brazo derecho de Orión. En el izquierdo encontramos a Bellatrix. Esta última es la tercera en brillo de la constelación, siendo la cuarta Alnilam, la central del cinturón.
Tanto Bellatrix como Betelgeuse pertenecen al hemisferio Norte, mientras que Rigel y Saiph al hemisferio Sur.

RECORRIENDO EL CIELO

Trazando una línea imaginaria a través de las tres Marías, su prolongación hacia el Este nos llevará aproximadamente hacia Sirio, la estrella más brillante del cielo. Sirio pertenece a la constelación del Can Mayor y tiene una magnitud de -1,6. Prolongando la línea en sentido contrario encontraremos por debajo de esta a Aldebaran (Alfa Tauri), que con una magnitud de +1 es la más brillante de la constelación del Toro (Taurus).
Un ejercicio visual interesante nos puede permitir encontrar algunas estrellas más de suma utilidad para el navegante. Dibujemos una elipse imaginaria que contenga a la constelación de Orión y comencemos a recorrerla a partir de Sirio en el sentido de las agujas del reloj, tal como se muestra en la figura. La primera estrella con la que nos toparemos será Procyón, de magnitud +0,46 y perteneciente a la constelación del Can Menor. Procyón se ubica aproximadamente siguiendo la enfilación entre Bellatrix y Betelgeuse.
Continuando el recorrido y un poco por fuera de la elipse encontraremos a Pollux, e inmediatamente a Castor, ambas de buen brillo y pertenecientes a Géminis. La magnitud de Pollux es de +1,2 y es la más brillante de su constelación.
Siguiendo el recorrido y en sentido opuesto a Castor se puede encontrar a Capella. Esta última se puede ubicar a su vez siguiendo la enfilación entre Sirio y Betelgeuse. Capella pertenece a la constelación del Cochero (Auriga) y cuenta con una magnitud de +0,2.
La elipse se completa con Aldebarán, de quien ya nos ocupamos, y con Rigel (el pie del gigante).

Como dijimos anteriormente, las constelaciones que no son circumpolares van desapareciendo por el cielo del Oeste, a medida que avanza el año, y son reemplazadas por otras que emergen desde el Este. Esto se ve claramente en la persecución eterna que mantienen Orión y el Escorpión.

EL MOVIMIENTO ANUAL

En el número anterior habíamos visto el movimiento diurno de los astros, o sea el que completan diariamente saliendo por el Este y ocultándose por el Oeste. Ahora bien, además del movimiento diurno existe un lento movimiento anual, debido al cual no es posible apreciar todas las constelaciones durante todo el año.
La causa de este fenómeno es el movimiento de traslación terrestre (FIG. 3).
Si bien el “cielo estelar” permanece invariable a lo largo del tiempo (las estrellas no cambian sus posiciones relativas entre sí), el cielo que podemos apreciar a cada momento del año varía permanentemente en función de nuestra posición relativa respecto del Sol, durante el período de traslación terrestre. Así, mientras que en determinada época del año el Sol nos oculta una parte del cielo por encandilamiento, dicho cielo nos resultará visible cuando nos encontremos “del otro lado” del Sol.

Aquellas constelaciones más visibles a lo largo de los doce meses del año fueron tomadas para crear los doce “Períodos Zodiacales”. Así, la Tierra transitará por las constelaciones de Piscis, Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio y Acuario, a lo largo de su traslación anual.

Como dijimos, el movimiento de traslación de los planetas alrededor del Sol, así como también el que describe la Luna en torno a la Tierra, produce variaciones permanentes en la configuración del cielo que vemos a diario.
Queda claro que si dichos objetos se vieran afectados solamente por su movimiento de rotación, esto último no ocurriría y el cielo que aparecería ante nuestros ojos sería siempre el mismo. Ahora bien, ¿cuánto es lo que se mueve a diario?

Supongamos, a los efectos de iniciar nuestro análisis, que en un determinado momento la Tierra, la Luna, el Sol y una estrella cualquiera, se encuentran alineados entre sí (FIG. 4).

Si todo el sistema se encontrase inmóvil, al efectuar la Tierra una vuelta completa sobre su eje, volvería a encontrar a todos los astros en la misma posición. Recordemos que el “Día Solar” queda definido como el período comprendido entre dos pasos consecutivos del Sol por el meridiano del observador. Por lo tanto, el tiempo que tarda la Tierra en dar un giro completo respecto del mismo es de 24 horas.

Ahora bien, sabemos que la Tierra se desplaza a lo largo de su órbita (movimiento de traslación) describiendo una vuelta completa en 365,5 días.
Si para un giro completo (360º) se tarda 365,5 días, podemos afirmar que se está moviendo a razón de casi 1º por día.
Por otra parte, la Luna efectúa un giro completo de traslación alrededor de la Tierra en 29,5 días. Del mismo modo es fácil deducir que avanzará en su órbita aproximadamente 12º diarios (360º / 30 días = 12º).

En el esquema de la Figura 5 resulta fácil descubrir que, 24 horas después del estado inicial, la Tierra habrá avanzado 1º en sentido directo sobre su órbita, mientras que la Luna hará lo propio a razón de 12º. Por lo tanto, el observador que se encuentra en un determinado punto de la superficie terrestre ya no verá a los tres astros en línea, sino que verá pasar a la estrella en primer lugar, al Sol en segundo término y por último, mucho tiempo después, a la Luna.
Dicho de otro modo, para el mismo observador, el pasaje de las estrellas se adelantará 1º por día, mientras que la Luna pasará por el meridiano de éste 12º más tarde.

Si nos interesa saber a cuánto tiempo equivalen estas diferencias, el cálculo es muy sencillo: Si la Tierra da una vuelta completa (360º) alrededor del Sol en 24 horas, para avanzar 1º se tomará tan sólo 4 minutos aproximadamente.
Esto quiere decir que 1º equivale a 4 minutos de tiempo Solar, por lo tanto si la Luna avanza 12º por día, entonces se retrasará un valor cercano a los 48 minutos. Cabe aclarar que los cálculos se han redondeado a fin de evitar complejidades matemáticas.

Las conclusiones son sencillas:

• Las estrellas pasarán por el meridiano del observador 4 minutos más temprano que el Sol cada día. Definiremos entonces al “Día Sidéreo” como el período de tiempo transcurrido entre dos pasos consecutivos de una estrella por el meridiano del observador. El día sidéreo es, por lo tanto, equivalente a 23 horas y 56 minutos.
• La Luna se retrasará respecto del Sol 48 minutos diarios. Es decir que el “Día Lunar” (tiempo que transcurre entre dos pasajes de la Luna por el mismo meridiano) equivale a 24 horas y 48 minutos.

Como corolario podemos decir que el mapa estelar que apreciamos, se mueve hacia el Oeste a razón de 1º por día. Esa es la razón del cambio de las constelaciones visibles a lo largo del año. A su vez, dicho mapa estelar, mantiene su configuración debido a que las enormes distancias que separan a las estrellas de nuestro sistema, hacen imposible visualizar cualquier movimiento relativo entre ellas.
Esto no ocurre con la Luna y los planetas ya que, al moverse en órbitas distintas y a distancias relativamente cortas dentro del sistema Solar, varían su posición respecto de las estrellas en forma permanente.

Hasta aquí llegamos. Si desea seguir ejercitándose en el conocimiento del cielo le recomiendo dos programas que muestran el cielo visible a partir de la hora local y de las coordenadas geográficas del lugar. Estos son: SkyMap (www.skymap.com) y Cartes du Ciel (www.cartes-du-ciel.iespana.es) y pueden bajarse libremente desde sus respectivas páginas oficiales en internet.

Hasta la próxima.

Darío G. Fernández | Director del ISNDF