En la nota anterior habíamos comenzado a hablar del desarrollo de la cartografía árabe. En tal sentido, puede decirse que el geógrafo y viajero árabe por excelencia fue un tal Abu Abd Allah Muhammad al-Idrisi, o simplemente Al  Idrisi. Nacido en Ceuta (ciudad perteneciente al imperio almorávide) en el 1100 d.C., puede considerarse perfectamente hispano, ya que descendía de nobles granadinos asentados en la ciudad de Málaga. Posteriormente tuvo su residencia permanente en la corte de Roger II de Sicilia, establecida en Palermo.

Si bien la obra de Al Idrisi fue muy extensa, éste alcanza su reconocimiento a partir de haber confeccionado un mapamundi, conocido como “Tabula Rogeriana”, con una particularidad muy interesante: a diferencia de todos los mapas conocidos hasta entonces, el Sur se encontraba arriba.

LA ECLOSIÓN EN LA EDAD MEDIA

Si ningún lugar a dudas, la obra de Al Idrisi influyó de manera determinante en la cartografía de los años venideros. En tal sentido, y casi en las postrimerías de la Edad Media, comienza a surgir en Europa una nueva manifestación de la cartografía de la época: las cartas marinas, también conocidas como “portulanos”.

Si bien no se pude determinar a ciencia cierta dónde comienzan sus orígenes, se presume que los más antiguos datan del siglo XIII.

Los portulanos, utilizados mayormente en navegaciones de cabotaje, presentan una característica que los diferencia de las cartas o mapamundis de la época: traían representada la rosa de los vientos, en una señal inequívoca de la utilización de la brújula en navegación. La forma de representar los rumbos en dichas cartas se basaba en un entramado de líneas que entrecruzaban todo el mapa, formando una especie de telaraña a la que denominaban “ombligo”, cuyas líneas partían de las rosas de los vientos antes mencionadas.

Entre los portulanos más conocidos podemos citar el Atlas de Cresques, una representación del mar Mediterráneo que data del año 1375.

Existen dos grandes grupos entre los que pueden clasificarse los portulanos: italianos y españoles. La característica que los diferencia reside en que los portulanos italianos representaban solamente el perímetro continental, mientras que los españoles extendían sus gráficos a las zonas terrestres. Era frecuente encontrar en los portulanos españoles la representación no solo de ríos interiores, sino también de relieves propios del terreno e incluso detalles de las ciudades más importantes.

La diferencia más concluyente tanto en los métodos de navegación como en la cartografía de la Edad Media, está dada sin lugar a dudas por la utilización de la brújula. Si bien se presume que ésta ya era utilizada en la China en el siglo IX, su aplicación en el mar parece demorarse hasta comienzos del siglo XIII.

LA CARTOGRAFÍA DEL RENACIMIENTO

No caben dudas que la revolución definitiva de los métodos de navegación se produce a partir de las expediciones tanto de portugueses como de españoles al nuevo continente. Esto responde indudablemente a los intereses políticos y económicos que ambos países depositan en las nuevas tierras. De aquí que los gobiernos europeos se abocaran a la tarea de financiar todo tipo de expediciones y se comenzara a considerar a la cartografía como una poderosa herramienta de índole político y comercial. Esto, que tiene su origen en España y Portugal, rápidamente se extendió a países como Francia, Inglaterra y Alemania.

En ese sentido, el Rey Carlos V  puede ser considerado como uno de los grandes impulsores de la cartografía de Europa. Consciente de su valor, forma un grupo de cartógrafos de gran renombre, pertenecientes a la Universidad de Lovaina (donde actualmente se encuentra Bélgica), para encargarle una reproducción cartográfica de los países bajos. Dicha universidad, una de las más antiguas del mundo, reunía por entonces a los más prestigiosos nombres de la astronomía, la geografía y las matemáticas.

El grupo formado por el Rey incluía a y Gerard Kremer (1512-1594), Jacob van Deventer (1500-1575) y Jemme Reinerzoon (1508-1555), todos ellos pertenecientes a un prestigioso grupo de cartógrafos flamencos. Debido a que el idioma que se consideraba científico por aquella época era el latín, los tres decidieron reemplazar sus nombres verdaderos por Gerardus Mercator, Jacobus de Deventria y Gemma Frisius respectivamente. Si bien es cierto que el nombre que mayor fama a adquirido a lo largo de los años es el de Mercator, éste fue alumno de Frisius y este último a su vez lo fue de Deventer.

Jacob Van Deventer preparó para Carlos V una representación sumamente fideligna de los Países bajos en varias entregas parciales. Éstos mapas resultaros de tal agrado para el emperador, que le nombró su cartógrafo personal con una abultada renta mensual.

La obra de Deventer sirvió de inspiración a Mercator para el desarrollo de su tan conocida proyección.

GERARD KREMER, ALIAS MERCATOR

Gemma Frisius, con quien el rey había alcanzado una verdadera amistad, era por entonces un afamado constructor de instrumentos de medición de enorme precisión, además de profesor de la Universidad de Lovaina. De entre sus alumnos, sin lugar a dudas, Gerardus Mercator fue el más célebre y destacado.

Nacido en Flandes el 5 de marzo de 1512, aprendió de su mentor las artes de la construcción de instrumentos de medición, a punto tal que fabricó para el rey una gran cantidad de ellos destinados a las campañas militares. Entre dichos instrumentos podemos destacar un anillo astronómico, un reloj de sol, un cuadrante y algunas brújulas.

Una de sus creaciones más interesantes consistía en dos esferas concéntricas. La central (que representaba a la esfera terrestre), estaba construida en madera y contenía ya un entramado de paralelos y meridianos. La esfera exterior (que representaba a la esfera celeste) era de cristal transparente y llevaba grabadas las distintas constelaciones. Mercator entregó su invención personalmente al rey junto con una serie de instrumentos más, y éste lo premió con el título de Imperatorius Domesticus.

Entre sus reproducciones más destacadas Mercator publicó en 1537 un mapa de Palestina, un planisferio en 1538 y un mapa de Flandes en 1540, aunque su obra más emblemática fue un mapamundi editado en 1569 bajo el título “Nova et aucta orbis terrae descriptio ad usam navigantium emendate accomodata”, donde aparece por primera vez su célebre desarrollo cilíndrico. En dicho mapa, las loxodromias aparecen representadas por primera vez en línea recta cortando a los paralelos con igual ángulo.

Para la construcción de su mapa, Mercator utilizó un ábaco mediante el cual proyectó las imágenes con pequeños incrementos sucesivos. Desde luego que, debido a las imperfecciones del sistema gráfico, los errores de la resolución eran de consideración.

Estas imprecisiones fueron detectadas algunos años después por Edward Wrigt (1558 – 1615), quien descubrió la ecuación matemática que relacionaba la distancia al Ecuador con la latitud, para explicar la proyección mercatoriana. Esto hizo que muchos atribuyeran al propio Wright la invención de la proyección cilíndrica.

En realidad, recién a partir del cálculo diferencial pudo resolverse definitivamente el problema, siendo un tal J. Wallis quien tuviera la tarea algunos años después.

Durante los últimos años de vida, Gerardus Mercator se ocupó de construir un enorme compendio de mapas de toda Europa, al que intentaba compilar utilizando por primera vez el vocablo “Atlas”. Lamentablemente, la muerte lo sorprendió el 2 de diciembre de 1592, dejando inconclusa su obra.

Su hijo, Rumold Mercator, sería el encargado de terminar lo comenzado por su padre en 1595.

EL IGNOTO PEDRO APIANO

La devoción por la cartografía de Carlos V no sólo se remitía a su predilección por Mercator, sino que además mantenía relación frecuente con otros cartógrafos de la época. Entre ellos, Pedro Apiano aparece como uno de los más relevantes.

Apiano, nacido en Leisnig (Sajonia) el 16 de abril de 1495, fue un reconocido cosmógrafo que, al igual que la mayoría de los pensadores del renacimiento, abrazó múltiples actividades científicas.

A pesar de haber escrito gran cantidad de tratados sobre cosmografía, su obra se hizo célebre a partir de la publicación en 1540 de su “Astronomicum Caesarium”. Este libro, considerado como el más espectacular del siglo XVI, fue editado a instancias del rey, quien le concedió el derecho de imprimirla junto a sus otras obras.

El tratado en cuestión era un voluminoso compendio sobre todos los movimientos de los cuerpos celestes, eclipses, uso del calendario, etc.

Pedro Apiano falleció el 21 de abril de 1522.

Hasta aquí llegamos hoy. En la próxima entrega nos ocuparemos de las proyecciones que utilizamos en la actualidad y analizaremos en profundidad la consabida “Mercator”.

Darío G. Fernández | Director del ISNDF | dfernandez@isndf.com.ar