Cuando preparamos una navegación más o menos prolongada, habitualmente acopiamos todas las cartas de papel de las zonas a navegar, tanto sean cartas oceánicas como costeras, así como también todos los cuarterones de los puertos en donde pensamos recalar. A decir verdad, deberíamos llevar además aquellos de puertos intermedios, por si acaso. Sería lógico, además, hacerse de toda la información adicional como la que brindan los derroteros, pilots charts, etc. Como si esto fuera poco, desde hace algunos años gozamos de la posibilidad de contar con cartas electrónicas, fácilmente operables desde cualquier notebook, equipadas con sólidos programas de navegación (Ozi Explorer, Captain, etc.). Ni hablar de los modernos plotters, en cuyos minúsculos chips se pueden almacenar cartas electrónicas de todo el mundo con un grado increíble de detalle (Blue Charts, C-Maps, por nombrar solo algunas). Ahora bien, ¿se le ocurrió alguna vez imaginar cómo hacían los navegantes de antaño para hacerse a la mar con la escasa información reinante? ¿Se puso a pensar en la manera de recalar en bahías y fondeaderos peligrosos, con borrosos portulanos levantados a mano? No hablemos ya de todos aquellos que se aventuraron al Nuevo Mundo. Muchas veces pienso en esto y no salgo de mi asombro. Si a Ud. no le sucede como a mí, aquí va esta reseña y después me cuenta.

 LAS PRIMERAS CARTOGRAFÍAS

Si bien es cierto que no puede saberse con exactitud de cuando datan las primeras cartas náuticas o terrestres, está claro que las primeras manifestaciones de algo similar a un mapa tienen su origen en la prehistoria, como lo evidencian gran cantidad de grabados en cuevas de la época.

Mucho más cerca en el tiempo, podemos atribuir a los babilonios las primeras representaciones terrestres de que se tienen noticias. El mejor ejemplo de ello es el famoso “Mapa de Nuzi”, donde aparece dibujada una finca de más de 100 hectáreas. La curiosidad que presenta dicho mapa, es que en el mismo ya aparecen graficados los puntos cardinales, dando cuenta de que en la antigua Babilonia, estos elementos ya se conocían bastante bien.

También se atribuye a los babilonios la creación del primer “mapamundi” que se conoce, en el siglo IV a.C. El mismo fue grabado sobre piedra y representa al mundo como un disco flotando en el océano. Claro está que “el mundo” está prácticamente limitado a la ciudad de Babilonia y sus alrededores.

Durante el mismo período, paralelamente se gestaba el desarrollo egipcio, del que se destacan sus enormes aportes en el campo de la astronomía, pero sobre todo en agrimensura. Dicha actividad quedó plasmada en sus minuciosos estudios de la topografía del río Nilo. Esto último era muy importante para el desarrollo del pueblo egipcio, ya que se hacía imprescindible poder reconstruir aquellos detalles topográficos que desaparecían cada vez que el Nilo desbordaba.

Un ejemplo interesante de la cartografía egipcia puede verse en el papiro de Turín, que data del 1150 a.C. En él se pueden apreciar las regiones montañosas donde se encuentran ubicadas las minas de oro.

Los agrimensores egipcios fueron frecuentemente representados en murales de todo tipo.

De más está decir que los avances en materia catastral tanto de los egipcios como de los babilonios no podía haberse llevado a cabo sin concebir un fuerte desarrollo de los instrumentos necesarios, tanto sean de medición como de dibujo.

EL LEGADO GRIEGO

No existen dudas que los primeros en afirmar y sostener la esfericidad terrestre fueron los griegos, a partir del legado de Pitágoras. Entre ellos, el más grande geógrafo conocido fue Dicearco, nacido en la ciudad de Mesina, quien fue el primero en dimensionar el mundo conocido y habitado (ecúmene), al cual le asignó 40.000 estadios de Norte a Sur y 60.000 de Este a Oeste.

En su representación aparece una línea a la que denominó “Diaphragma”, la que atravesando el Mar Mediterráneo dividía a la superficie terrestre en dos mitades: una septentrional y otra meridional. En el mismo diseño agrega una segunda línea que, pasando por Rodas, dividía al ecúmene en oriente y occidente.

A Dicearco se le atribuyen una enorme cantidad de aportes y descubrimientos, entre otros la medida del arco de meridiano anterior y una minuciosa y detallada descripción general de la tierra.

Según se sabe, Alejandro Magno (discípulo de Aristóteles) fue otro gran estudioso de las cartografías, a sabiendas de que el conocimiento del terreno era por aquel entonces un invalorable instrumento de poder para el gobierno.

Entre los grandes matemáticos y geómetras de la época no podemos olvidar a Eratóstenes, de quien ya nos ocupamos en números anteriores, por ser el primero en calcular (con un error de unos pocos kilómetros) el perímetro terrestre, descubrimiento que le valió su tan merecida fama.

El genial Eratóstenes, quien fuera director de la Biblioteca de Alejandría, confeccionó un interesante mapamundi al que le incorporó un entramado de rectas paralelas y perpendiculares entre sí, muy similar al sistema de coordenadas que hoy todos conocemos. De ahí que se le reconozca como el padre del sistema de coordenadas geográficas Latitud y Longitud.

No olvidemos mencionar, entre los griegos, al astrónomo y geógrafo Claudio Ptolomeo, del que también hablamos en números anteriores. Si bien fue conocido por su célebre “Almagesto” (un colosal tratado de astronomía), se podría decir con justicia que fue el precursor de la cartografía actual. Entre sus logros se cuenta el haber ideado cuatro sistemas diferentes para obtener una cartografía plana y completa del mundo, sistema mediante el cual logró llevar al papel cerca de ocho mil lugares clasificados por regiones, cada cual con sus respectivas coordenadas geográficas. Todo ello fue incluido en los ocho enormes tomos de su “Geografía”. Fue además el primero en hablar de las “longitudes”.

EL CATASTRO ROMANO

Si bien el imperio romano tuvo también un gran desarrollo topográfico, imprescindible para la construcción de sus colosales obras y acueductos, su aporte más significativo se encuentra en el campo catastral. El levantamiento y posterior representación de cada parcela del terreno en los mapas catastrales era de una precisión sorprendente, y esto tenía un fin concreto: el cobro de impuestos.

De más está decir que el carácter fiscal del catastro romano no agradaba demasiado a la población de aquella época, ya que muchas veces esto traía aparejado el maltrato e incluso la vejación física de los morosos.

Por otra parte, el crecimiento de esta práctica trajo acarreado, inevitablemente, el desarrollo de instrumentos de medición muy precisos. Se sabe que los romanos profundizaron sensiblemente el uso de la “Dioptra” (tomada de los griegos), precursora del actual teodolito, utilizado en la actualidad por los agrimensores.

Un claro ejemplo de la excelente cartografía romana puede verse en el “Forma Urbis Romae”, del que aún se conservan restos. El gigantesco mapa de 13 metros de altura por 17 metros de ancho representaba el plano oficial de la ciudad de Roma y se encontraba grabado sobre 151 placas de mármol amuradas sobre una de las paredes de la iglesia de San Cosme.

EL RETROCESO MEDIEVAL

Toda vez que se habla de alguna actividad en creciente desarrollo aparece en la edad media un período de oscurantismo y retroceso, provocado por cuestiones religiosas y políticas que no vienen a cuento. El campo de la cartografía no fue la excepción, a punto tal que la esfericidad terrestre, de la que no existía la menor duda, volvió a ponerse en tela de juicio. Toda ciencia que por entonces se apartara de los mandatos bíblicos era como mínimo irrelevante. Dentro de ese contexto, queda claro que la cartografía quedó en suspenso hasta nuevo aviso.

En contraposición a esto, algunos religiosos occidentales comenzaron a inclinarse nuevamente por el concepto de una Tierra redonda. El caso más conocido es el del padre San Isidoro, cuando asegura que “la esfera celeste se centra en la Tierra y dicha esfera no tiene fin ni principio”.

San Isidoro diseñó uno de los primeros mapas de la edad media, siendo además el primero impreso que se conoce. En dicho mapa, conocido como  “T en O”, se hallan representados los tres continentes de los que se tenía conocimiento por entonces, rodeados del océano primitivo.

En clara contraposición al pensamiento cristiano, la cultura musulmana privilegiaba a las ciencias geográficas. La razón de ello es que el Corán aconsejaba la necesidad de observar la Tierra y los cielos, a fin de encontrar en ellos las pruebas de su fe. Es por lo tanto comprensible que el pensamiento musulmán se volcara a favor del conocimiento científico. Por su parte, el conocimiento de la geografía les posibilitaría aprender con exactitud el itinerario necesario para llegar a la Meca.

El desarrollo cartográfico árabe no solo que por entonces no se vio interrumpido, sino que además fue alimentado directamente de los griegos a través de la biblioteca de Alejandría y de Bizancio.

Hasta aquí llegamos hoy. En la siguiente entrega continuaremos con el desarrollo de la cartografía y hablaremos sobre el célebre cartógrafo belga Gerard Kremer, más conocido como  Mercator.

Hasta la próxima

Darío G. Fernández | Director del ISNDF | dfernandez@isndf.com.ar